Con el atardecer de martes un débil 'norte' empezó a sentirse en la ciudad de Veracruz; no un nortazo, sino un nortecito tímido, que a nadie asustó, en el Malecón de Veracruz seguía con algunos vendedores semifijos de artesanías con productos de mar y estudiantes se paseaban con toda tranquilidad frente al mar, ya picado, que no los asustaba.
Extranjeros con apariencia de filipinos, hablando un idioma que seguramente era tagalo, señalaban al mar picado y caminaban con todo desparpajo con destino a donde se colocan los tragamonedas, que a esa hora ya habían salido del mar para volver a casa.
Damas y caballeros de todas las edades, incluso con apariencia de adultos mayores, permanecían sentados en las bancas mientras los volovaneros se desgañitaban con su oferta de jamón con queso, de piña, de jaiba y de lo que hubiera, pero los caminantes no despegaban la vista del mar, cuyas pequeñas crestas parecían una gigantesca sábana arrugada y urgida de una buena planchada.
Pero a los jarochos no los intimidaba ni siquiera el rugir del viento, del 'norte', y tampoco el ajetreado vaivén de las palmeras, que amenazaban con azotar sus cocos sobre los atrevidos caminantes.
"Cuál nortazo, cuáles rachas de sepa la chingada cuántos kilómetros por hora? Si nosotros estamos acostumbrados a rachas de hasta 120 kilómetros por hora", respondió una dama, adulto mayor, al preguntarle si no le daban miedo las rachas de viento.
El sol sí se asustó, porque poco a poco empezó a esconderse conforme las luces del Malecón de Veracruz comenzaban a encenderse. Pero eso a los paseantes no les hizo ni cosquillas.
La prueba es que 3 jovencitas uniformadas retaban a la naturaleza, tomadas de la mano y paradas en el bordo del Malecón, mientras el viento movía sus cuerpos...
Pero jamás las doblegó.
Y la jarochada desafió al viento una vez más, como cada año, durante medio año.
/lmr
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