Veracruz está lleno de leyendas y cuentos populares, pero pocos se mantienen con tanta claridad a lo largo de los años que hace que quienes podrían ser víctimas de algo extraño se mantengan en alerta hasta el día de hoy y ese es el efecto que produce la leyenda de la sirena de Tamihua.
La historia de la también llamada, famosa ninfa huasteca, una joven llamada Irene, quien vivía con su madre en un pueblo huasteco llamado Rancho Nuevo, en el municipio de Tamiahua en el estado de Veracruz.
Los sucesos habrían ocurrido en 1900 -1920, y nos cuentan la historia de una niña llamada Irene que pasó de ser una menor tierna que amaba a su familia a algo más peligroso.
Entre Tampache y la hacienda de San Sebastián, en el municipio de Tamiahua, en Veracruz, existió un pequeño pueblo conocido como Rancho Nuevo. Entre sus pobladores estaba doña Damasia González, quien tenía una hermosa hija de nombre Irene, de piel morena, ojos aceitunados y una larga cabellera.
Damasia quedó viuda y junto a su hija dedicaron su vida con devoción al servicio de la iglesia. De esta forma viajaban a Tampache, Álamo Temapache, Acala, Hormiguero, Tancochin, Cuesillos, Tierra Blanca y otras comunidades, con la finalidad de acudir a todas las fiestas patronales y ferias de los santos que veneraban.
La vida para ellas dos transcurría en calma hasta que un jueves santo, Damasia le pidió a Irene que fuera a buscar leña para el fuego de la casa. La pequeña, obedientemente, se dirigió hacia paso de piedras para recolectar los trozos de madera que se encontraba en el camino.
Al regresar a su hogar, Irene se sentía sucia y deseaba asearse, pero su madre le advirtió que durante los días santos no estaba permitido bañarse, a lo que Irene respondió: “Mamá, que me perdone Dios, pero yo, aunque sea me voy a lavar la cara”.
Fue así que la niña tomó un huacal, dos hojas de jaboncillo y se fue al pozo para lavarse la cara. Repentinamente, se escucharon unos gritos de ayuda. El agua del pozo se elevó y la niña comenzó a transformarse en otro ser.
Dice la leyenda de Veracruz que la boca se le alargó, los ojos se le hicieron más grandes, el cabello y la piel se le pigmentaron de rojo, las piernas se fusionaron en una cola de pez y le brotaron escamas.
El muro de agua cayó sobre la que una vez fue Irene y la arrastró hasta la laguna. Los lugareños fueron a buscarla en las entrañas de aquel cuerpo de agua, en el que de pronto vieron flotar una balsa maltrecha de madera.
Aquel ser, que alguna vez fuera una hermosa niña, yacía al filo de la fantasmagórica balsa y a la distancia se escuchaba su voz, con un desgarrador eco metálico: ¡Peten ak, peten ak! (que en huasteco significa giren). Los lancheros entendieron que se enfrentaban a una fuerza desconocida y decidieron no perseguirla más.
Esta leyenda de Veracruz dice que, desde entonces, cada jueves santo la madre de Irene regresa a la laguna y camina hasta la playa de Tamiahua en espera de encontrar a su amada hija; sin embargo, los pescadores afirman que la bella Irene sólo es un recuerdo, porque ahora sólo existe un ser maligno, al que si le ven el rostro voltea las lanchas para ahogar a los osados que la miraron.
Desde aquel entonces, su madre cada Jueves Santo iba hasta la playa con la ilusión de volver a ver a su hija. Los pescadores cuentan que a veces escuchan fúnebres cantos, por lo que se alejan del lugar.
Cuentan los Pescadores que cuando oyen sus fúnebres cantos, se alejan del lugar porque aquel que la vea sufre desgracias en la vida, ya que Irene que primero parece dulce y bella, si se acercan mucho cambia a su aspecto monstruoso y les voltea las lanchas y embravece las olas hasta matarlos.
Se dice también que hasta la fecha algunos lugareños prohíben nadar en las aguas esos días pues afirman que si eres hombre la Sirena Vengativa te atacara y si eres mujer corres el riesgo de se conviertan en lo mismo que se volvió Irene, una sirena.
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