Con su dulce carga a cuestas, envueltas en bolsas trasparentes que dejan ver los llamativos colores rosa, azul y morado, don Víctor Samuel Villagrana Domínguez, camina por los senderos del parque Cri-Cri, lugar donde desde hace más de 15 años trabaja, vendiendo la golosina que previamente prepara en su vieja máquina de algodones de azúcar.
Sin soltar su palo, donde intercala la colorida mercancía, que parece un pedazo de nube lista para llevar, cuenta lo favorable que han sido para él estos últimos años en su tierra natal, Veracruz.
“Para mí ha sido muy favorable el tiempo que yo he estado trabajando aquí. Me gusta trabajar aquí porque es un parque para personas de escasos recursos, todo es barato, inclusive yo doy muy económicos los algodones, a 15 pesitos. Ya no los damos a 20 como en el malecón, en 40 o hasta en 50 pesos, con juguetito. Aquí no, aquí trabajamos para la gente más humilde que viene a traer a sus niños para que se diviertan, que jueguen y pasen unos momentos felices y dulces”, dijo.
Reconoció que en la actualidad, a pesar de que la economía no es buena, la situación ha mejorado en comparación con los años de encierro por pandemia.
“En la actualidad no hay mucho dinero, con esta pandemia que nos acaba de pegar muy fuerte, aquí estuvo cerrado dos años, en ese tiempo la pasamos muy difícil, ya no quiero ni recordar”, lamentó.
La expresión de su marcado rostro de 72 años se iluminó cuando recordó su época dorada, en su adolescencia, cuando empezó a trabajar en ferias que lo llevaron a conocer cada rincón de la República Mexicana y a iniciar con la venta de “dulces momentos”.
“Yo empecé en el negocio de los algodones hace muchos años, cuando andaba yo en las ferias.
Desde los 14 años me enrole en las ferias y viajaba de ciudad en ciudad, por toda la República Mexicana. Andaba en la rueda de la fortuna, en los caballitos, en los carritos chocones, en las sillas voladoras, en todo eso”, confesó.
Agregó que anteriormente traía un negocito de canicas, con el que viajaba de feria en feria, pero se casó y fue padre de una niña, por lo que tuvo que asentarse en un lugar.
“Me dijo mi señora que andábamos como los húngaros, de aquí para allá, y que teníamos que meter a la niña a una escuela para que estudiara”, afirmó.
Esta nueva situación lo hizo cambiar una máquina para hacer palomitas por una de algodones, aunque no fue fácil para él aceptar el trato.
“Yo en ese tiempo traía dos aparatos para hacer palomitas, con lo que nos manteníamos. Entonces un amigo me pidió que le cambiara una máquina de palomitas por el de hacer algodones, me convenció y yo me quedé con la máquina de hacer algodones. A las dos semanas me despedí de las ferias y me regresé a Veracruz y desde entonces vendo algodones por acá”, dijo.
Don Víctor descansa los lunes y miércoles, días que compensa a su familia por no estar con ellas los fines de semana durante los cuales trabaja en el parque del Grillito Cantor, el resto de la semana acude a vender sus coloridos algodones de azúcar a las escuelas y de esta forma ha sacado adelanta a su familia.
Fotos: Josefina Lugo.
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