El régimen de Bashar Al-Assad en Siria ha caído tras una rápida ofensiva de grupos insurgentes islamistas liderados por Hayat Tahrir al-Sham (HTS).
En apenas 12 días, los rebeldes lograron tomar Damasco, marcando el fin de la dictadura que había gobernado el país durante más de 24 años.
Assad abandonó el país, y su paradero sigue siendo desconocido, aunque se presume que huyó en un avión militar poco antes de la toma de la capital.
La ofensiva sorprendió al régimen, que ya estaba debilitado tras perder el control de otras ciudades estratégicas como Alepo y Homs. Moscú confirmó la renuncia de Assad, y se reportan celebraciones en la plaza de los Omeyas y otras áreas de Damasco, con civiles ondeando banderas revolucionarias y rezando en mezquitas.
El colapso también pone en entredicho la estabilidad de las alianzas internacionales del régimen, incluidas las de Rusia e Irán.
El conflicto en Siria comenzó en marzo de 2011, tras una serie de protestas pacíficas contra el régimen de Bashar Al-Assad, inspiradas por la Primavera Árabe.
Estas manifestaciones iniciales pedían reformas democráticas y la liberación de presos políticos, pero fueron violentamente reprimidas por las fuerzas del gobierno, lo que escaló a una guerra civil.
Con el tiempo, el conflicto se volvió extremadamente complejo, involucrando a múltiples actores nacionales e internacionales, como Rusia, Irán, Turquía, Estados Unidos, y diversos grupos insurgentes y extremistas, incluyendo el Estado Islámico y otras facciones yihadistas.
Hasta la caída de Assad en diciembre de 2024, el conflicto había durado más de 13 años, dejando más de 500,000 muertos, millones de desplazados, y una devastación económica y social sin precedentes en Siria
La dictadura de Bashar Al-Assad duró 24 años, desde julio de 2000 hasta diciembre de 2024, tras suceder a su padre, Hafez Al-Assad, quien había gobernado Siria durante 29 años. La familia Assad controló el país durante más de cinco décadas bajo un régimen autoritario caracterizado por represión política, censura, y el uso de la violencia para mantener el poder.
Represión de la Primavera Árabe (2011): Las protestas pacíficas que pedían reformas democráticas fueron brutalmente reprimidas, lo que marcó el inicio de la guerra civil. El régimen utilizó detenciones masivas, tortura y ataques contra manifestantes.
Uso de armas químicas: Assad fue acusado de usar armas químicas en repetidas ocasiones contra civiles, incluyendo el ataque en Ghouta en 2013, que mató a cientos, muchos de ellos niños.
Desplazamiento masivo: La guerra civil llevó al desplazamiento de más de 13 millones de personas (la mitad de la población siria), de las cuales más de 6 millones huyeron como refugiados a otros países.
Crisis humanitaria: La población enfrentó hambre, falta de acceso a servicios básicos y un colapso económico, agravado por los prolongados combates y las sanciones internacionales.
Tortura y desapariciones forzadas: Organizaciones internacionales documentaron miles de casos de desapariciones y torturas en prisiones secretas del régimen, conocidas por sus condiciones inhumanas.
Destrucción de infraestructura: Ciudades enteras, como Alepo y Homs, quedaron devastadas por los bombardeos del régimen y de fuerzas extranjeras, dejando al país en ruinas.
Estos eventos marcaron el gobierno de Assad como uno de los más brutales en la historia contemporánea, con una combinación de opresión interna y un conflicto prolongado que devastó la vida de millones de sirios
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