Conocí a Olga Vargas través de amigos comunes y después se convirtió en mi vecina. Transformó la casa heredada por sus padres en Star Dance Studio e hizo de este lugar, un santuario.
No solo impartía clases en su espacio, además dentro del mismo, vivió dedicada al movimiento e instrucción del cuerpo para crear y recrear con diversidad de ritmos escenografías singulares.
La maestra Olga alternó la convivencia de sus días, con sus alumnos y animales, en la calle de Pinzón del Fraccionamiento Reforma pues sentía por sus mascotas verdadera devoción.
Olga era afable pero hermética. Fue una mujer entregada a su tarea. Su conexión con el mundo estuvo atada primero a ser ejecutante de la danza, fisicoculturista y después docente y coreógrafa. Abandona las ciencias químicas de la cual obtuvo una licenciatura y se dio por completo al baile, su pasión.
Recibió varios reconocimientos pero sobre todo el cariño y respeto de quienes trabajaron a su lado.
El final de su existencia fue duro, una serie de intervenciones quirúrgicas la imposibilitaron físicamente para años después tener complicaciones letales.
Tristeza y pesar dejó su partida pero no olvido. Sus colaboradores; Michelle Vellay, Alla Michell Cooper, Isacc Torres, Oscar Prieto y hoy la encargada de Star Dance Studio Patricia Carrillo Bogard se han encargado de perpetuar su legado.
Infinitamente. Presentada ya en su segunda versión, es una compilación de la vida y de las coreografías más destacadas de la bailarina, mismas contenidas su dedicación a esta rama artística.
El telón no se ha cerrado para disfrutar de la imaginación y constancia de Olga Vargas, su ejemplo y valía son un eterno romance con la danza. Este se afirma con las horas de cantos de Cisnes blancos y negros, en los ritmos agraciados de Chicago y Be Italian, en la energía de Jackson y Travolta y en los sonidos permanentes de quien dirige sus pies y espíritu al firmamento.
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