Puebla, Pue.- Como si de un pasaje bíblico se tratara, Jesús apareció en las míticas Cumbres de Maltrata, una serpiente de asfalto que se enrolla entre montañas y neblinas, calmando la sed y el hambre de los desesperados viajeros.
Pero esta vez, Jesús no caminaba con sus apóstoles, ni vestía túnica alguna.
Jesús montaba una jaca de acero, una motocicleta que zigzagueaba entre los miles de vehículos varados en la montaña, surcando el río de coches y tráileres detenidos.
El derrumbe que había bloqueado con una enorme roca parte del camino la noche anterior había transformado la autopista Puebla-Acatzingo en un cementerio de motores apagados.
Cuarenta kilómetros de autos inmóviles se extendían desde la madrugada del jueves, serpenteando como una enorme bestia de metal sobre las curvas traicioneras de Maltrata.
Un bocado apetecible para esos "diablos" que parece tienen permiso de las autoridades de Puebla y de Veracruz para robar y matar en esta zona. Ese día no "trabajaron".
El reporte de CAPUFE en Twitter el viernes al mediodía no calmaba la ansiedad de los conductores; los vehículos continuaban sin moverse durante horas, el tráfico se había detenido como si las manos divinas hubieran decretado un alto. Si acaso avanzaban unos kilómetros y de nuevo paro total.
En medio de esa inmensidad de metal y desesperación, el Busscar placas 23HB4A de Kolors, número económico 1080, llevaba 15 horas atrapado. De los 700 litros de consumo normal en su viaje, esta vez gastaría 900, comentaba su conductor.
Sus 42 pasajeros se refugiaban en charlas para no perder la cordura. Las mujeres contaban sus motivos para viajar a la ciudad de Puebla. Se imponía el ritual del ejercicio de la lengua.
Algunas esperaban alcanzar consultas médicas que para esa hora ya estaban perdidas, otras se dirigían a reuniones legales que ya no importaban y uno que otro despistado esperaba llegar a tiempo al Estadio Cuauhtémoc para ver ganar de nuevo al Cruz Azul.
Las historias de citas rotas y destinos inciertos se contaban una y otra vez, como rezos desesperados.
El paisaje que los rodeaba contribuía a la sensación de aislamiento.
Las ventanas del autobús se perlaban de gotas de neblina, esa bruma espesa que a veces parecía tener vida propia, moviéndose con un viento apenas perceptible.
A las dos de la tarde, la oscuridad de la niebla simulaba la caída de la noche. El ambiente, cargado de humedad y misterio, invitaba a la introspección.
El ejercicio de la lengua llegó a su fin cuando lo inevitable se impuso: los baños del autobús, después de tantas horas de espera, estaban a reventar, al menos el de los hombres, llenos de orines y excremento.
Los masculinos más aventurados descendieron del autobús, buscando el alivio a la vejiga detrás de los tráileres de doble remolque, donde la fría montaña convertía parte del líquido en vapor teniendo al suelo como testigo silencioso de la necesidad humana.
Y fue en ese preciso momento, cuando solo cinco pasajeros se hallaban fuera del autobús, que apareció Jesús. No el de Nazaret, sino uno de carne y hueso, con el rostro curtido por el sol y el polvo de los caminos, sobre su motocicleta.
En la parte trasera de su jaca de acero, traía un cesto de plástico y un enorme termo de Gatorade, medio lleno, ofreciendo un elixir tan necesario como el maná en el desierto: café con canela, a 20 pesos el vaso. A esas alturas, aquel café humeante era más valioso que cualquier banquete en la capital poblana.
Los pasajeros, que para ese momento solo tenían migajas de pan en sus manos, vieron en Jesús una figura redentora.
Como en las bodas de Caná, no era el momento de convertir el agua en vino, pero sí de saciar las gargantas resecas y los estómagos vacíos. Después de vender todo su café, Jesús, antes de marcharse, fijó la mirada en el autobús para no equivocarse, ese arca inmóvil que contenía a los viajeros, y decidió volver por más.
Como un pastor que no abandona a su rebaño, retornó a su comunidad en busca de galletas, Sabritas, cualquier cosa que pudiera ofrecer a quienes llevaban horas sin más compañía que la de sus propias preocupaciones de llegar.
Jesús volvió una vez más. A la tercera vuelta, ya no solo traía provisiones improvisadas; ahora los pasajeros le hacían pedidos específicos, como si fuera un mesías de las pequeñas necesidades. "Tráenos Coca-Cola, tacos, empanadas", le rogaban. Pero solo llegó con más galletas y refrescos, los cuales se vendieron al precio que la emergencia ameritaba, porque, en tiempos de crisis, todo tiene un costo extra.
Y así, como un milagro cotidiano, Jesús fue y vino entre las filas de autos varados, proveyendo a los necesitados, dándoles un respiro en medio de la desesperación. No era el hijo de Dios, pero en esos momentos, para los atrapados en la montaña, era el salvador que había aparecido cuando más lo necesitaban.
Entre los feligreses de Jesús, estaba Xochitl Arbesú Lago, exsecretaria de Turismo y Cultura del casi extinto e inútil gobierno de Cuitláhuac, ahora ya ´naranjita'. La minatitleca viajaba a la Ciudad de México a una convención de Mujeres de Movimiento Ciudadano.
"Yo voy a Pachuca, mi nieto cumple quince años, ya mi consuegro me espera con un Ximbó, platillo típico hidalguense, ¡ah! pero yo llevo un pastel de la tienda Chocolate, les gusta, por cierto ya están muy caros", relataba un hombre de barba cana, mientras el frío le hacía sacar humo por la boca mientras hablaba.
Como en los tiempos antiguos, en aquella montaña inhóspita, la fe en llegar a su destino y con los suyos fue lo único que les mantuvo de pie.
Y así, mientras las luces de la ciudad de Puebla se asomaban tímidamente en el horizonte, los pasajeros, agotados pero agradecidos, sabían que no solo habían sobrevivido a una prueba de paciencia y frío.
Con el alma ligera y el estómago medio lleno, recordaban a Jesús, el hombre en su jaca de acero, como aquel salvador inesperado que les enseñó que, incluso en medio del caos, siempre hay alguien dispuesto a tender la mano, aunque sea con una taza de café caliente.
19 horas después, luego de su travesía montados en las Cumbres de Maltrata, llegaban a su destino.
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