México se ahoga en sangre. 500 mil muertos y desaparecidos han sellado para siempre el signo del arranque de este siglo: casi la totalidad de soldados estadounidenses muertos en todas las guerras de su historia.
Hay una profunda tragedia hecha cicatriz en los hogares y en nuestra alma.
Acaso la peor faceta de esta tragedia es que la dictadura de la muerte se ha convertido en parte de nuestro paisaje.
Paisaje siniestro, lamentable, ominoso.
Somos de los países más violentos del mundo, y hay regiones del país que mueven al escándalo.
La tasa de homicidios en México es de 29 por cada 100 mil habitantes. Eso nos convierte, de hecho, en uno de los 10 países más violentos del mundo que no están en guerra.
29 muertos por cada 100 mil habitantes deben contrastarse con las cifras de nuestros socios comerciales. Canadá registra 2. Estados Unidos, 5.
No es una cuestión de desarrollo ni de riqueza: en Chile es de 4. En Argentina 5 y Ecuador, 6.
En el continente, nos sobrepasan en violencia Venezuela con 37; Belice, 38; Honduras, 39; y El Salvador 52.
Pero eso es sólo parte de la historia.
Hay estados del país cuya violencia es de escalofrío: Morelos, Michoacán y Sonora tienen tasas similares a la de El Salvador: el país más violento de la región, lo que implica que casi duplican el promedio nacional.
Pero hay otros peores. Mucho peores.
Zacatecas registra 76; Baja California, 78; Chihuahua 92 y Colima 94. Eso hace que, de las 10 ciudades más violentas del mundo, 7 sean mexicanas, incluidos los 6 primeros lugares.
Al mismo tiempo, entidades como Yucatán y Tabasco registran tasas de países desarrollados.
México ha sido un país violento. Sabemos que el siglo XIX fue un tiempo de chacales. La veleidad y la traición; la sedición y la revuelta, marcaron al siglo, de la independencia a la intervención, la muerte fue el signo nacional hasta la República Restaurada y el Porfiriato.
Las cifras oficiales hablan de una violencia desmedida, más del doble de la de hoy, hasta el sexenio de Lázaro Cárdenas. Cuando el país encuentra la estabilidad con el acuerdo revolucionario que funda al PRI, la violencia no hace sino disminuir. Ya con Gustavo Díaz Ordaz el país goza de una mediana tranquilidad. De Salinas a Fox, los homicidios por cada 100 mil habitantes conocen su descenso más importante.
La guerra de Calderón los dispara. En su sexenio rojo, pasan de menos de 9 a 23 por cada 100 mil habitantes. De ahí no se ha detenido.
Parece clara la lección histórica: la violencia se dispara cuando no hay Estado. El México de hoy es un cuerpo sin esqueleto. Por eso el crimen controla un tercio de los municipios del país.
La violencia no se detendrá hasta que reconstruyamos al Estado y se asuma un compromiso nacional para aplicar la ley, reconstruir los valores y dar bienestar a la nación.
No más guerra. No más balazos. No más abrazos ni complacencia.
Reconstrucción del Estado mexicano. Nada más. Pero nada menos.
@fvazquezrig
/pn
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