A propósito del cúmulo de desafíos económicos y sociales que hoy ponen a prueba la continuidad del proyecto democrático liberal (en todo el mundo), en esta ocasión quien atrae nuestra atención es el pulso ascendente de una perenne línea de pensamiento económico, la cual, exigiendo y no limitando una mayor intervención estatal en la economía, parece querer manifestarse, una vez más, como el apóstol de la estabilidad y el crecimiento económico.
Después de 85 años de que John Maynard Keynes sentenció: “el auge, no la recesión, es el momento adecuado para la austeridad en el tesoro”, es el líder de la mayor economía del planeta, el presidente Joe Biden, quien parece querer ubicarse, con mayor solidez, sobre una línea de pensamiento económico en donde la expansión de la masa monetaria, y no la austeridad, parecen ser la respuesta a una anhelada y necesaria recuperación económica.
Habiendo logrado, dentro de un período de poco más de un año, superar la aprobación (dentro del Congreso de los Estados Unidos) de una ley de infraestructura; otra de producción de micro procesadores, y la reciente Ley de Reducción de la Inflación, Biden ha logrado proyectar una inversión pública para los próximos diez años que se estima en más de un millón de millones de dólares. Tan solo la última Ley, aprobada en la primera quincena de agosto, articula un plan fiscal cuya virtud reposa en una recaudación estimada en 765 mil millones de dólares (incluyendo ahorros) y un gasto proyectado de 489 mil millones (recursos que serán destinados a la promoción de energías limpias, asistencia a la salud, conservación y desarrollo rural). Ver: https://www.crfb.org/blogs/whats-inflation-reduction-act
El presidente Joe Biden, después de ver naufragar el proyecto de gasto público más grande de los últimos años (Build Back Better) -el cual contemplaba un gasto de más de dos millones de millones de dólares, destinados a impulsar la educación, la asistencia social y detener el cambio climático-, finalmente logró amoldar un proyecto (muy alejado del original) para que sea el estado asistencial quien pueda intervenir donde el aparato privado no ha mostrado suficiente motivación para hacerlo.
Un logro, aún insuficiente para cubrir todas las necesidades de los Estados Unidos, que sin embargo parece otorgar a este impetuoso líder una valiosa oportunidad para continuar la ruta que Barack Obama inició en el año 2008; cuando intentó inyectar recursos económicos en aquellos lugares donde la producción y el empleo lo requerían.
En la última década, los Estados Unidos han transitado por un camino que, siendo allanado por un paralizante conservadurismo económico (que obstaculizó la lucha iniciada por Obama en contra de la austeridad), sentó las bases para el arribo subsiguiente de una visión mercantilista que resultó ser absolutamente inoperante (Donald Trump).
Un conservadurismo económico (aún con la suficiente fuerza para ser escuchado) que más allá de estar sujeto al pensamiento liberal clásico, parece estar vinculado con ese “conservadurismo metafísico” que Roger Scruton define como: aquel pensamiento centrado en la defensa de cosas que, siendo sagradas, no se deben profanar. Un conservadurismo, repulsivo al déficit público y a la distribución del ingreso no guiado por las fuerzas del mercado (fiscalidad), que siempre buscará mantenerse distante de un estado regulador y asistencial; el cual, a juicio de este conservadurismo, es el dínamo de todas las crisis económicas existentes.
Hablamos así, de una poderosa base conservadora al interior de la clase política estadounidense, quien fue la que impulsó la aprobación de la Ley de reducción de impuestos y empleos en el año 2017. Una Ley que, de acuerdo a un estudio realizado por el Centro de Política Fiscal (TPC), no logró cumplir con su cometido de impulsar la inversión, la producción, el aumento salarial y la generación de empleos que el presidente Donald Trump prometió siendo su promotor. Ver: https://www.taxpolicycenter.org/taxvox/searching-supply-side-effects-tax-cuts-and-jobs-act
El activismo económico estatal que hoy promueve Biden, el cual le ha merecido el reconocimiento mundial por su alto compromiso con la agenda ambiental, parece estar respondiendo a ese portentoso espíritu keynesiano que ahora ha sabido sacar provecho de una muy conveniente careta ambiental. En lo sucesivo, y en el corto plazo, habrá que revisar los resultados atribuibles a este paquete de estímulos fiscales, ya que como dijo Keynes: “a largo plazo todos estaremos muertos”.
A modo de reflexión: el pensamiento keynesiano, el cual ha manifestado una renovada sinergia desde la administración de Obama, es la corriente teórica cuyo resplandor resulta ser el más ilustre dentro de la historia económica contemporánea de los Estados Unidos y de todo el mundo. La salida de la gran depresión de 1929 y, finalmente, la consolidación de los Estados Unidos y Europa como economías de punta, representan su carta de presentación.
Su abandono, el cual parece no ser absoluto, es atribuido a un escenario que irónicamente se caracterizó por altos niveles de inflación y una profunda contracción económica (la cual se gestó a principios de la década de 1970). ¿Cuál fue el remedio? La aparición de la escuela monetarista de Milton Friedman. Para calificar el desempeño del pensamiento de Friedman, basta que el lector revise el comportamiento de la inflación (después de la aparición de Friedman en los 70´s) pero también los niveles de desempleo y equidad social. El juicio final, responderá al lector.
La pugna política interna en que hoy se encuentran los Estados Unidos hace un llamado, que debe ser atendido por todas las democracias del mundo. Biden ha retomado el estandarte de lucha en contra del cambio climático y, a su vez, parece querer demostrarnos que la equidad social, el empleo, los salarios sanos y una fiscalidad progresiva continúan siendo una responsabilidad ineludible para el estado.
En un mundo donde la austeridad es primicia y la tasa de interés la mejor herramienta, vale la pena interesarse en los acontecimientos económicos que los Estados Unidos delinearán de cara a su futuro. Para México, será conveniente prestar atención al comportamiento de una corriente keynesiana que parece resistirse a la abdicación.
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