La cumbre de los BRICS ha constituido un parteaguas para la reconfiguración del orden geopolítico y financiero global, al articular una estrategia cuyo propósito es desplazar el predominio unipolar y construir un nuevo paradigma multipolar. La inclusión de nuevos miembros bajo el título de "asociados" implica, en realidad, un movimiento sagaz de arquitectura organizativa que desafía las reglas de consenso arcaicas, permitiendo la operatividad sin el yugo de la unanimidad, un lastre que había limitado la celeridad en la toma de decisiones de esta coalición emergente. Los BRICS consolidan una estrategia que busca más influencia sobre los recursos y mercados internacionales, disminuyendo así la dependencia respecto a las instituciones y actores tradicionales del poder financiero occidental, tales como el FMI y el Banco Mundial.
La cumbre fue la clara intención de establecer un contrapeso sistémico a la hegemonía dolarizada, lo cual es una afrenta directa al sistema financiero basado en el petro-dólar. Además, la integración de nuevos miembros de gran relevancia geoestratégica, como Indonesia, Malasia, Vietnam y, en nuestra América Latina, Bolivia, evidencia el afán del bloque por tejer una red de cooperación transcontinental que permita diversificar fuentes de financiamiento, incentivar el comercio entre naciones emergentes y fomentar una autonomía tecnológica que desacople a las economías periféricas del viejo sistema de dependencias y coerciones.
La colaboración en el sector energético se erigió como una pieza maestra de la estrategia de los BRICS, especialmente en el ámbito de la energía nuclear. La expansiva participación de Rusia mediante su empresa estatal Rosatom en proyectos de infraestructura nuclear en Bolivia, entre otros países, consolida a los BRICS como un proveedor global de tecnología de punta para el Sur Global. Este movimiento no solo trasciende el plano económico al crear una fuente de energía segura y sustentable para las economías emergentes, sino que también refuerza la seguridad energética y la autonomía estratégica del bloque frente a las constantes presiones occidentales.
No se puede ignorar que la cumbre también expuso fisuras internas significativas, particularmente en el plano ideológico y diplomático. La postura de Brasil, reacia a incorporar a Venezuela y Nicaragua al bloque, muestra un intento de Lula por equilibrar sus compromisos ideológicos con las realidades pragmáticas que imponen las presiones políticas internas y los intereses financieros de los conglomerados nacionales e internacionales. Este equilibrio precario revela que el bloque, a pesar de su vocación de unidad, enfrenta retos internos que podrían comprometer su cohesión y, por ende, su capacidad de materializar una agenda efectiva de transformación del sistema internacional.
La cumbre de los BRICS se presenta, en sí misma, como una declaración de intenciones frente al orden global, impulsando una reorganización de poder que aún tiene un largo camino por recorrer.
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