El dominio de una nación solía lograrse por medios militares, pero ahora el poder económico y comercial, incluida la tecnología superior, son las claves para mantener la influencia global. Desde el Imperio Británico hasta la supremacía estadounidense en la posguerra, la fuerza militar fue crucial. Sin embargo, en el siglo XXI, este punto de vista está cambiando. Hoy, el poder se mide no solo por la fuerza militar, sino también por la capacidad económica y tecnológica. En este nuevo campo de batalla, China y Estados Unidos se enfrentan en una competencia por la supremacía global.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emergió como la principal potencia militar y económica. El Plan Marshall revitalizó Europa, y la creación de instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial cimentó la influencia estadounidense en todo el mundo. La dolarización del comercio internacional y el liderazgo en sectores tecnológicos como la informática consolidaron su posición.
Sin embargo, este dominio ha sido desafiado en las últimas décadas por el ascenso de China, con un crecimiento económico meteórico que sugiere que China igualará el Producto Interno Bruto (PIB) de EE. UU. para 2028. Con avances significativos en tecnología, como la inteligencia artificial y la tecnología 5G, China ha cerrado la brecha con Estados Unidos. Esto ha llevado a una reconfiguración de las relaciones internacionales, donde sanciones y restricciones tecnológicas por parte de Estados Unidos se han convertido en herramientas para intentar frenar el avance de su adversario.
Estados Unidos ha implementado sanciones que limitan el acceso de China a tecnologías críticas, como la maquinaria de litografía ultravioleta necesaria para producir chips avanzados, lo que genera pérdidas millonarias para las empresas occidentales. Sin embargo, China ha respondido invirtiendo masivamente en la autosuficiencia tecnológica, logrando avances notables como la producción de chips de 5 nanómetros sin la necesidad de las máquinas EUV extremadamente avanzadas, que solo están disponibles a través de ASML y que se les ha prohibido vender a China.
Uno de los desarrollos más preocupantes para Estados Unidos es el dominio de China en la arquitectura abierta RISC-V y en tecnologías que permiten el desarrollo de chips de memoria HBM, necesarios para la inteligencia artificial. RISC-V permite diseñar y fabricar chips sin depender de licencias occidentales, y está siendo adoptada no solo por empresas chinas, sino también por gigantes tecnológicos como Google y Meta, que buscan alternativas a las arquitecturas controladas por Estados Unidos.
La competencia por el dominio tecnológico entre Estados Unidos y China es más que una carrera por la innovación; es una lucha por el control del futuro económico global. El poder militar se ve eclipsado por la capacidad de innovar y controlar las tecnologías que definirán el futuro. Ni Estados Unidos ni China están dispuestos a ceder terreno en esta competencia.
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